viernes, 10 de febrero de 2006

desembotamiento

Últimamente me ha dado por ver películas que me hagan llorar, básicamente porque estoy tratando de reencontrar los mecanismos para poder hacerlo, porque es algo que me acostumbré a contener desde que me acuerdo.

A veces ni la muerte, el dolor o la frustración lograban hacerme llorar, lo que yo sentía quedaba relegado, oculto, minimizado, ignorado. Sólo ver el dolor de alguien más, me hacía soltar las de Remi y nomás poquito.

Todo empezó con
Narnia cuando la méndiga bruja rasta, humilla al lindo gatito. Me salieron unas lagrimitas, pero extrañamente supuse que la cosa no acababa ahí, y sólo dije: no hay que perder la fe. Luego voltee a lado y lado para ver quien había dicho eso y me di cuenta que fui yo. Sí, inexplicable.

La primera recomendación, fue la de mi querido Alonso:
Las tortugas pueden volar. Por supuesto que me sacó algunas lágrimas, pero más allá de eso me dejó sin palabras y hundida por muchos días en aquel estanque buscando los peces rojos.

A la siguiente fui por compromiso (me secuestraron!); cuando era niña fue una de mis favoritas y en aquel entonces también me hizo derramar algunas de cocodrilito. Pero esta vez
King Kong superó las expectativas, ya que la mitad de la pinche y malísima película lloré a moco tendido para estupefacción de toda la sala.

Por supuesto no se me escapa la total y absurda ironía: el salvajismo con el que trataron a un changuito que ni siquiera existe, pues estoy consciente de que era una animación, pudo más que los ojos tristes de los niños en medio de una guerra o del pequeño buscando a sus padres entre los residuos de los misiles. Es y seguirá siendo absurdo. Aunque podría deberse a que voy avanzando en mi proceso para desembotar mi sensibilidad, desanestesiarme.

Luego la de geishas se quedo muy corta, muy rosa; en realidad no refleja todo lo que aquellas mujeres tenían que sufrir para consolidarse dentro de los cannones estéticos inflexibles que les eran impuestos. Y La niebla, mmm, pues si está para llorar, pero de güeva.

Entonces vino la recomendación del dueño del gato, “con esa hasta yo lloré” me dijo.
Y ayer me fui a verla con
Camila, lo curioso en este asunto es que aunque las dos somos hinchas, su jersey es rayadito (de birria) y el mío azul y oro. Los detalles en otra post, porque esta ya se hizo muy larga.

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