sábado, 8 de octubre de 2005

Paisaje nevado

Cuando leí Mal de Amores, tenía a los volcanes conmigo todo el tiempo, los admiraba cada mañana y me vigilaban a lo largo del camino, sentía su frío como una caricia en mi rostro, su azul me iluminaba los ojos... Entendía el amor de Emilia por los volcanes, que decía suyos (no le iba a quitar el gusto) y también sabía de cómo su sola contemplación regociga el corazón y alimenta la necesidad de respirar profundo. Luego la megaciudad me absorbió y desde mi ventana solo veía ventanas, y aún estando en las calles solo tenía sobre mí un fragmento de cielo y no tenía ese azul embrujado que parece estar lejos y cerca al mismo tiempo.... ahora que he vuelto comprendo muchas cosas... Ellos dos, no son simples pinceladas en un cuadro, no son parte de un paisaje estático... ellos y el cielo abierto que me ha rodeado desde que nací, son elementos atemporales de mis recuerdos de niña, son alimento para mi ánimo cansado de pensar en ti todos los días, son como droga , son como energía...

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