domingo, 20 de julio de 2008

Nubes y más nubes

De pronto mi papa bajó la velocidad, lo voltee a ver y pregunté si algo pasaba. Nomás quiero disfrutar el paisaje, me dijo.

A veces olvido que él no es chilango como yo y que su infancia fue mucho más verde, azul y frugal que la mía.

Pero regresar allá siempre hace que sus ojos brillen de una forma muy especial. Y más aún cuando se reúne con la gente que dejó hace tanto tiempo, para intentar tener una mejor vida.

Me alegró ver muy bien de salud a mis abuelos, reencontrarme con mis tíos y tías, y la siempre creciente flota de primos y sobrinos.

Esa vez me tocó hacerla de copiloto, así que ni pensar en leer o dormirme. Por alguna razón hasta encontramos un atajo por el Circuito Mexiquense sin necesidad de entrar al DF, y ahorramos tiempo, que desgraciadamente perdimos al encontrar un accidente por la refinería de Celaya. Se hizo de noche esperando avanzar, así que tuvimos que irnos con más precaución aún. Arribamos a Silao como a las nueve y de ahí a La Aldea.

Llegamos practicamente a dormir (aunque eso era lo que menos quería hacer Emiliano que a las tres de la mañana nos tenía a Lon y a mí, viendo las estrellas a mitad del patio) y la mañana del sábado, fue despertarse con esos olores tan deliciosos que sólo tiene la comida que te recuerda tu infancia. También recordé con "mucho cariño" el quicio de la puerta de la cocina que me hizo una gran cicatriz que tengo en la frente. ¬¬

De ahí fue un tour completito: primero a las afueras de Silao, adelante de Las Palmas a ver al tío Gero, de regreso a La Cotorra, para ver a la tía Julia, luego a Puerta Grande con la tía María, y de regreso en La Aldea, con la tía Rosa y el tío Libe.

Cuando veníamos de regreso de Puerta Grande, mi papá nos mostró donde trabajo como jornalero cuando niño, y por supuesto, en la noche que fuimos al centro del pueblo, le enseñamos a Emiliano, la escuela donde estudio mi papá y lo deliciosas que son las enchiladas guanajuatenses.

Ya no dio tiempo de ir a visitar a sus tías suyas de ustedes a la capital, ni modo.

Me quedé con tres ideas muy fijas:
Uno.La familia siempre cambia, mis primos se casan y tienen hijos, se van al norte, regresan, los ciclos de siempre. Los que no cambiamos somos mi tío Chava y yo que seguimos "empeñados en ser solteros".

Dos. De pronto sí me shockea ver lo diferentes que son nuestros estilos de vida. Y entiendo muy bien por qué mi papá decidió salir de ahí. (Al menos en esa idea de libertad, mi papá y yo somos muy parecidos). Me duele ver, que también a mi familia la toca la pobreza. Y me da verguenza, pensar en que yo me preocupo porque no me alcanza el dinero para hacerme más tatuajes y para comprarme otra laptop.

Tres, cuando sales de ese pequeño mundito que te enajena, ni de las pinches encrucijadas te acuerdas, jajaja.


Creo que muchas veces nuestros ojos se posan en necesidades que no existen y cubren las verdaderas, por ejemplo, lo que yo no sabía era que esa sensación de asfixia y mis compulsiones, se quitaban mágicamente con una buena dotación de nubes, nubes y más núbes, todo el cielo, hasta el horizonte.

Desgraciadamente olvidé la cámara, así que se las van a tener que imaginar, o mejor que eso, vayan, corran a verlas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ay, qué envida: las estrellas de las tres de la mañana, los ojos llenos de nubes y el aroma matutino del guiso con sazón de afectos. ¡Todo eso en un trayecto de tres días!.
En definitiva estoy de acuerdo contigo, andamos mareados sobre lo que es necesario; nos desgastamos vilmente en cosas que no nos satisfacen. Entre tanto bullicio y alboroto defeño, siempre es un alivio visitar esos otros horizontes (más simples, más claros).

Abrazo entre aires defectuosos...
:P