La relación sentimental perfecta es aquella que responde con exactitud a la fórmula COMO VEO DOY. En el momento que uno empieza a dar más que el otro, puede considerarse completamente jodido. Sólo en el equilibrio, es posible encontrar la perfección.
Por eso, la relación perfecta tiene que ser entre dos que pueden dar y recibir exactamente lo mismo. Si tomamos esto al pie de la letra, sólo la pareja homosexual puede ser perfecta. Pero creo que nos hemos curado ya de absolutismos y payasadas, le digo a ella, mientras me mira con cara de “estás pachequeando otra vez”.
Tengo ganas de algo dulce, me dice. Le sonrío. Con ella he tenido que aprender a entender de más de una forma lo que dice. Quiero algo dulce puede significar en un plano sencillo para cualquier mortal, que quiere una nieve, un flan, una dona, un algodón de azúcar. Pero ella puede llevarlo todo más allá. Quiero algo dulce también puede ser una forma de pedirme que la trate bien, que tengamos algo bonito.
Cuando no sé cuál de los dos significados es el más probable, entonces trato de satisfacer los dos, así que le
digo que vayamos por un helado, mientras la abrazo frente a todo el mundo y le digo lo feliz que soy porque está ahí, conmigo.
Subimos a las bicicletas con rumbo a la heladería, un trayecto corto en un lugar pequeño. Sobre nosotras, la
tarde nublada, entre nosotras, sólo el aire húmedo y frío. Una de mis manos suelta el manubrio y busca la
suya. Nos tomamos de las manos, ella nerviosa porque se siente insegura, su mano izquierda es la que dirige la bicicleta. Además, es especialista en perder el control, en la melancolía del naufragio.
Avanzamos un rato así, en paralelo, y lamentablemente soy yo quien tiene que soltarse primero, para maniobrar. En una mente tan minuciosa como la de ella, un gesto así podía desencadenar tragedias… la creo capaz de exigir una doble caída estrepitosa con tal de no soltarnos. Casi la puedo ver limpiándome los raspones, muy divertida y haciéndome sufrir un poco. Me ve titubear, se ríe, su pelo azul es oleaje con la velocidad del viento. Trago entonces saliva mezclada con la certeza de que voy perdiendo.
Sabes que pierdes cuando contemplarla limpiar las manchas de helado en la chaqueta, te parece mágico. Sabes que pierdes, pero no lo puedes asegurar, porque igual ella se queda absorta mirándote asegurar un bote de helado y un paquete de galletas en la canastilla de la bicicleta, encogiendo los hombros, en un gesto inútil por contener la llovizna que ahora cae. Es preciso regresar.
¿Te dormirás temprano? Pregunta. Es posible, le digo. Aunque tengo que trabajar un poco, ¿quieres venir
conmigo? Se queda pensativa, posiblemente tenga que correr un poco por la mañana para llegar a la escuela. Siento en ese momento que hay equilibrio, que aspirar a la perfección no es una locura inalcanzable. La tomo de la cintura y beso sus labios cálidos. No sé si se han dado cuenta pero sigue cayendo la llovizna y no nos importa, a nadie le importa.
Voy contigo. Dice muy resuelta. Su llegada a mi casa es siempre, un estira y afloja con los espacios. Mientras
escribo, ella deambula en la casa, vigila que las plantas tengan agua, que los estantes no tengan polvo, se sienta en la orilla de la cama, dándome la espalda y se depila las cejas.
Ojea los libros que tengo en el buró, se pone mis zapatos, prepara un par de sándwiches a modo de cena. Hablamos de cualquier cosa, chismes locales, estrellas de rock, sus compañeros de la escuela, mi trabajo, mi madre, mis ganas de cambiar tantas cosas.
Apago la laptop y me siento en la cama junto a ella. Recarga su cabeza en mi brazo y dice categóricamente
que esta noche sólo le apetece dormir y que la abrace. (Quiero algo dulce, hace eco en mi memoria). Me levanto a lavarme los dientes y me pongo la pijama. De regreso, la veo quitándose el sostén y comparando en el espejo su figura. Que tenga un cepillo de dientes y pijama en mi casa, me hace pensar en que ella pierde. Que mis ojos se queden pegados en su desnudez me hace pensar que ella gana.
Es una eterna lucha de poderes.
Se acuesta frente a mí y todavía, conversamos largo rato: sus miedos de salir de la escuela, las ideas que no sabe cómo transformar en cosas tangibles… ahora su voz es casi un susurro, a pesar de que no hay nadie que pudiera escucharla. No me doy cuenta desde cuando, pero estamos tomadas de la mano, me da las buenas noches y un beso que podría sugerir otros rituales ya ensayados. Nuestras frentes casi se tocan, me pasa el brazo por la cintura, su respiración me hipnotiza.
Recuerdo ahora aquella canción “Voy a perder la cabeza por tu amor”. Y con un delgado hilo de conciencia alcanzo a pensar que también hay equilibrio si ambas perdemos.
Texto leído en la Fiesta por la Diversidad Sexual en el Foro de la Comedia @El_Foco
Foto: Internet.
{le atinaste en los juegos de palabras, pero no en el destinatario}
4 comentarios:
Qué lindo texto, transmite detalles tan pequeños y cotidianos, pero los haces ver magníficos.
nomàs la leo y suspiro lejos lejos, lastima que ya se me termino el cabello azul y no se andar en bici¡¡¡
jajajajajajajaaj
Muy chido gatito
Chachis,
Es que en esos detalles es donde está todo ;)
Ducina,
Pues me dijeron que si te lo estaba dedicando a ti, por los juegos de palabras. ¿Cómo ves?
Te quiero vieja, aunque no andes en bici.
Excelente!
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