Ésta es mi ciudad monstruo, aquí nací y aquí me voy a morir. Es el caldo de cultivo donde he desarrollado todas esas hermosas cualidades del chilango: respirar atmósferas viciadas, saber siempre dónde estoy y cómo llegar a cualquier parte, tener un estómago a prueba de cualquier salsa o fritanga, torear automóviles, cambiar billetes rotos, negociar con taxistas en la madrugada, caminar ebria por las calles sin tropezarme siquiera, en resumen: actuar como si fuera la dueña del mundo.
¿Les parece familiar? Claro, si son chilangos. ¿Es la meta de su vida? Claro, si son uno de tantos que viene acá a amontonarse con la bola de apestados que ya vivimos aquí, pensando que su gran talento va a hacer que les caiga encima todas las drogas y el varo de las grandes corporaciones (habrá casos que sí e incluso podría darles mi número telefónico). Desde mi punto de vista, son más los que simplemente vienen huyendo de la aburrición de sus pueblos piteros donde no se puede ni abortar a gusto.
Si de algo pueden estar seguros es que vamos a recibirlos con los brazos abiertos, porque básicamente, nos vale madre.
Lo malo es que la ciudad monstruo está tan harta de ustedes, como de nosotros, somos sus parásitos, atestamos sus venas permanentemente, no nada más en horas pico. Por eso no será raro que un día, su plan maestro funcione. ¿Qué va a pasar entonces?
Quién sabe. Mientras tanto, con esta contingencia por la influenza, tendremos que lidiar con el encierro sin suicidarnos. En eso los fuereños tienen la ventaja. Están más acostumbrados a no tener nada que hacer.
Muchos comprarán el kit Causas perdidas: Alfeñique de San Judas, playera del evento, pulserita de “hazme un paro” y cubreboca conmemorativo. Otros, tomaremos las cosas con calma, usaremos cubreboca normal, evitaremos el sexo en grupos y le pondremos jugo de naranja al tequila o al vodka, no así al whiskey. Las cosas son así, para qué alarmarse.
Pero nosotros lo hemos sabido desde siempre, pues tenemos una hermosa relación amor-odio con la ciudad que quién sabe si ustedes entiendan.
Por lo pronto, en estos momentos mi pánico es por un asunto más recalcitrante y de proporciones apocalípticas: Mi declaración de impuestos. Si todo sale mal, escribiré mis memorias en un hoyo sin luz ni agua potable en el penal de Santa Martha. Si todo sale bien, me tomaré un café en alguna banca de Paseo de la Reforma mientras leo todas las cartas en las que Hugh Jackman expresa su desesperación por estar tan lejos de mí en estos momentos.
Creo que me asustan mucho las cosas que se dicen, más las que no se dicen. Pero, para qué preocuparse. Todos nos vamos a morir.
1 comentario:
Espero no irte a visitar al penal de Santa Martha, aparte de que sería muy gacho el acontecimiento, me queda muy lejos, no me vaya a infectar de algo en el camino. =P
Creo que era Nietzsche el que decía que dónde no se puede amar más, es mejor pasar de largo. Esta ciudad a pesar de todo no puedo dejar de quererla. En fin, la vida sigue.
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