jueves, 2 de noviembre de 2006

Quién como Dios

Ya ven que uno no es clavado con las cosas, leyendo la última postal de JM, escuchando la canción inédita, me ha surgido un gran interés por lo que tiene que ver con San Miguel Arcángel, y por un comentario de Prometeo que anda igual, me enteré que Miguel significa "Quién como Dios" y en seguida recordé que yo tenía un libro en lista de espera con ese nombre... y que me lo echo... les dejo aquí un hermoso fragmento:


Lola volvía a oír los gimoteos de los zopilotes, ahora le parecían vagidos de niño, seguía teniendo la misma sensación de temor que tuvo en el inicio del sueño. En el centro de aquella cocina había un brasero encendido, entre el humo percibió a una india echando tortillas. Inesperadamente las trenzas negras de la india palidecían, se destrenzaban y se transformaban en una hermosa cabellera de tirabuzones rubios. Sus brazos se convertían en alas que agitaba como para levantar el vuelo. Al aletear, el humo se arremolinaba haciendo la atmósfera irrespirable, tanto que Lola se despertó tosiendo. ¡El niño!, pensó. Aterrada abrió los ojos, aunque hubiera preferido no abrirlos; al hacerlo vio salir una viscosidad oscura por debajo de la puerta que la separaba de su hijo. Simultáneamente Francisco se despertó. Igual que a ella, lo sacudía un fuerte acceso de tos.

Paralizada por el pánico, Lola vio saltar a Francisco de la cama y correr hacia el cuarto del niño. Al mismo tiempo oyó los golpes que los criados daban en la puerta desde afuera. Los alertaban. La casa se estaba incendiando.

Cubriéndose la boca y la nariz con un brazo, Francisco logró atravesar la barrera de humo, arrancar al niño de la cuna y salir corriendo sobre las llamas que se filtraban a lengüetazos entre las duelas del piso. Las maderas crepitaban. El fuego prendió las cortinas y lamiendo las paredes ascendió hacia el cielo raso. En un decir Jesús aquello fue un infierno.

El niño no lloraba cuando Francisco lo dejó en brazos de su madre, Lola lo envolvió rápidamente con lo que encontró al paso. La bajaron sostenida en silla de manos dos de sus más fieles criados. En el justo y preciso momento de poner los pies en el patio, la escalera, de madera, se balanceó como si fuera un columpio, se detuvo un instante como para agarrar aire y segundos después la vieron desplomarse estrepitosamente.

Entre el polvo y la chamusquina, Lola alcanzó a ver sentados en la banca del zaguán a su hijo Pancho y a su hijastra sanos y salvos. Francisco, ayudado por algunos de sus criados, permació en el piso de arriba luchando por sofocar las llamas y aventando por los balcones todo lo posible de salvarse.

Al pasar junto a la pila, los criados se detuvieron. Sabiendo a su patrona libre de peligro, la dejaron sentada a la orilla. Lola destapó entonces a su hijo, le limpió el tizne de la cara y comprendió que le quedaba poco tiempo. Puso a Dios como testigo. Sumergió los dedos en el agua y espantó a la salamandra. Hizo la señal de la cruz y, antes de que la criatura exhalara su pequeño y último suspiro, lo bautizó con el nombre de su hermano, de su padre y del guardián de la familia.

Repicaron las campanas de todas las iglesias pidiendo auxilio. La Plaza de la Salud se llenó de curiosos, unos con el ánimo de ayudar, otros con el de aprovecharse. Poco antes de que se desplomaran los techos, aquellos que se habían quedado arriba, viéndose impotentes frente a la catástrofe, improvisaron escalas y se descolgaron desde el traspatio hacia las caballerizas.

En una tremenda confusión nadie se acordó de rescatar al Señor San Miguel Arcángel.

Dos días después, cuando entraron los peones a remover los escombros, presenciaron un hecho inexplicable, o más bien dicho, fueron los elegidos de Dios para atestiguar un milagro. El Señor San Miguel Arcángel, Príncipe de las Milicias Celestiales, apareció, misteriosamente, parado sobre una cornisa de la casa de junto. Como única muestra de daño, levemente chamuscados sus tirabuzones rubios.

La noticia del milagro recorrió las calles, entró en las casas y se sentó a las mesas. La imagen se expuso en altar público y se le celebraron tedeums y novenarios.

Sin embargo, el señor cura de la Parroquia de San Miguel Arcángel, confesor de la familia, ordenó, bueno, opinó, que al niño Miguel no se le rezaran responsos. Desconfiando de que el bautizo no hubiera cumplido con los debidos requisitos, decidió por su cuenta que la criatura se había ido al limbo. Les hablo de Dios a los doloridos padres y de aceptar sus designios, tanto que los creyó convencidos cuando Lola aparentemente resignada le dijo: Quién como Dios, monseñor. Y quién como San Miguel Arcángel, eso dicen que dijeron que le dijo; lo que muchos no supieron y entre los que lo supieron no se dijo, fue que Lola, haciendo caso omiso de las palabras del cura, dio por bautizado al niño y antes de depositarlo en la cripta colocó dentro de su caja un pequeño frasco, dentro del frasco un rollito de papel con su nombre escrito para que Dios no se olvidara de él el día de la resurrección de los muertos. (p. 45-47)

Eladia González (2000), Quién como Dios, Planeta, México, pp.431

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No me terminó de gustar ese libro... lo leí hace ya un ratito, pero nomás no me atrapó nunca, pero me gustó el fragmento que rescataste. Un abrazo querida... y gracias miles por tus palabras constantes.

Anónimo dijo...

Gracias a ti por la visita, no sé a mi me está encantando el rescate del lenguaje que hace, me parece que oígo hablar a mi abuela...

Anónimo dijo...

Es un buen punto ese... creo que a mi también me recuerda en mucho a mi abuela. Creo quer revisitaré esa Novela. Oye, me parece una idea sensacional esa de poner qué estás leyendo. Insisto que uno conoce a la gente por lo que lee... Un abrazo querida.