lunes, 7 de junio de 2010

Señores que se van a las cuatro de la mañana

Los minutos pasan como queriendo aflojar los tornillos que mantienen en su lugar a la conciencia. La noche calurosa hace rodar por mi cuerpo gotas de sudor. Es un mucho de bochorno y un más de somnolencia. Un aire tibio entra por la ventana y el ruido de la calle, insolente. Resisto porque quiero verte dormir. Pero también, es la marca en la espalda, la que no deja que esté totalmente tranquila. Son tus dedos marcados. No recuerdo en qué momento me sujetaste tan fuerte, así como para tanto.

Debo confesar que lo último fue un exceso. Sobre todo porque yo no soy masoquista. No me gusta el dolor, no lo disfruto, no sé cómo convertirlo en placer. Sólo sé que es intenso y que lo intenso me gusta, pero hasta ahí. Me gustan las sensaciones intensas, como meterte de buenas a primeras bajo el chorro frío de la regadera y sentir que te brinca el alma.

Recorro mentalmente la sesión. Besos suaves, buscando a discreción cada milímetro en los labios del otro, el abrazo de las lenguas. Me gusta absorber tu aliento. Me gusta que vas lento, aunque sea de madrugada, y haga calor y pesen los ojos de sueño. Aunque, de hecho, no es necesario abrir los ojos.

Me gusta que te acuerdes de lo que te he dicho que me gusta. Que cada movimiento sea preciso, como ensayado. Es muy curioso que lleguemos hasta aquí, casi sin conocernos, pero sí sabiendo mover los hilos y con la conciencia plena de que hay conexiones precisas: la medida de las circunstancias.

Eres un pronombre que se escribió solo. Eres un adjetivo que cayó como anillo al dedo. Eres un verbo que taladra. Eres una historia con fe de erratas que nunca saldrán a la luz. Eres una zona de confort itinerante.

No creo en esas ideas románticas de “que somos uno mismo”. Ni siquiera en el momento en que me penetras. No. Somos dos individuos que se regalan un poco de intimidad y placer. Felicidad efímera, si me permites el pleonasmo.

Eres el necio que se despierta a las cuatro de la mañana, e insiste en arañar la noche buscando su propia cama.

Yo, ferviente creyente del “aquí y ahora”, no me incomodo en nada al ver que te vas. Ya te he regalado lo mejor que tengo.

Buenos días.


Cuando Rox, regrese de mochilear por el sur, tal vez suba este cuentito a No le cuentes a mi Padre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El final fue lo más chido de todo el relato.

Ánuar Zúñiga Naime dijo...

Fui muy fans. Beso.