Me desperté, telefoneé para decirte que ya entendí por qué dejaste en mis manos todas tus omisiones y errores: porque forzosamente yo lo tendría que componer. No más. Gracias pero ya no más.
Me levanté. Salí a la calle, caminé horas hasta el eje central, por supuesto que sabía cómo llegar si te tengo atravesado más allá de la ciudad, para dejar donde lo encuentres, a ese gato negro muerto en el baldío, que no fue nada más que un gato muerto y no será nada más que un baldío.
Creo que me quedará un poco de luz de luna para encontrarte en un bar que sí esté abierto, brindar contigo y reírnos como las personas valientes que somos al retirarnos del ring antes de lastimarnos y entonces sí, decir como si nos viéramos a los ojos “te quiero mucho”.
Tomaré entonces un taxi para regresar. Para decir que sí, te agradezco mucho todo lo que haces cada día por mí, pero no puedo con tus irracionalidades. Perdona sí sólo trato de evadirlas, no haré más.
Y como seguramente tendré que salir de inmediato, iré corriendo hasta el punto donde los pretextos se rompen y ahí, justo ahí, diré lo más cruel de esta noche: sólo te quieres a ti mismo.
Del resto del mapa, quedan algunos jirones. Tal vez en algún momento vuelva y será posible que te diga a ti, que quiero intentar algo más, aunque entonces pongas de por medio toda la distancia que conoces.
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