10 días – 3 tocadas.
A veces tenemos que esperar meses para verlos en vivo, años para un nuevo disco.
Pero esta vez, la oportunidad estaba ahí, y simplemente había que tomarla. No era una decisión difícil, ni siquiera se tenía que decidir, sólo estar.
Tres noches tres, un caudal desenfrenado de rock con muchos decibeles.
A veces podía nadar en un río quieto, melancólico y sombrío, a través de una voz inmensa y profunda que me desgarraba las entrañas con dulzura, pero el cauce embravecía y las guitarras de Aguilera y Otaola, la pasión de Alonso y la energía de Chema, arrastraban los sentidos hacia una interminable caída en el éxtasis.
DROGA. No se me ocurre otra forma de llamarlo. Y me declaro adicta sin remedio.
Soy, lo he dicho siempre, un alma humana hundida en una barranca, destellando en el fondo... vibrando...
Tres noches diferentes en las que ni el frío, la gripe de Otaola y el bajo roto de Alonso, mermaron la energía de esos cuatro hombres-músicos-deidades. (Nunca falta quién le grite a JM que es dios). Además del poder de la música, que por sí misma raya el nirvana, también está ese contacto personal, las miradas cómplices de músicos y espectadores en los momentos explosivos, el corear de cada una de las rolas, el virtuosismo que da paso al disfrute en el escenario, como Alonso trepado en las bocinas extendiéndose hacia los espectadores, o Aguilera y Otaola frente a frente, tocando la guitarra del otro, o todos juntos en torno a la batería de Chema que no tuvo piedad del silencio... un disfrute tal, parecido a un bacanal.
Un recorrido extenso en toda la discografía (aunque me siguen debiendo Rendición) un disfrute absoluto con las rolas de EFDLN y La Tempestad, más las obligadas de LRDLT, el Denzura y el CP. Y por supuesto El Fluir.
El Lunario fue el agua que calmo la sed de tantos días, en el IMER, los protocolos casi se llevan la fiesta de calle, pero Cuernavaca, fue definitivamente, extrema. Desde darse a la fuga para descolgarse, armar el desmadre en medio de la plaza, saludarlos y conversar, hasta el regreso acompañada de los buenos amigos y del inseparable Fluir: la calma después del gozo, donde una simplemente recuerda, sonríe y canta satisfecha...
A veces tenemos que esperar meses para verlos en vivo, años para un nuevo disco.
Pero esta vez, la oportunidad estaba ahí, y simplemente había que tomarla. No era una decisión difícil, ni siquiera se tenía que decidir, sólo estar.
Tres noches tres, un caudal desenfrenado de rock con muchos decibeles.
A veces podía nadar en un río quieto, melancólico y sombrío, a través de una voz inmensa y profunda que me desgarraba las entrañas con dulzura, pero el cauce embravecía y las guitarras de Aguilera y Otaola, la pasión de Alonso y la energía de Chema, arrastraban los sentidos hacia una interminable caída en el éxtasis.
DROGA. No se me ocurre otra forma de llamarlo. Y me declaro adicta sin remedio.
Soy, lo he dicho siempre, un alma humana hundida en una barranca, destellando en el fondo... vibrando...
Tres noches diferentes en las que ni el frío, la gripe de Otaola y el bajo roto de Alonso, mermaron la energía de esos cuatro hombres-músicos-deidades. (Nunca falta quién le grite a JM que es dios). Además del poder de la música, que por sí misma raya el nirvana, también está ese contacto personal, las miradas cómplices de músicos y espectadores en los momentos explosivos, el corear de cada una de las rolas, el virtuosismo que da paso al disfrute en el escenario, como Alonso trepado en las bocinas extendiéndose hacia los espectadores, o Aguilera y Otaola frente a frente, tocando la guitarra del otro, o todos juntos en torno a la batería de Chema que no tuvo piedad del silencio... un disfrute tal, parecido a un bacanal.
Un recorrido extenso en toda la discografía (aunque me siguen debiendo Rendición) un disfrute absoluto con las rolas de EFDLN y La Tempestad, más las obligadas de LRDLT, el Denzura y el CP. Y por supuesto El Fluir.
El Lunario fue el agua que calmo la sed de tantos días, en el IMER, los protocolos casi se llevan la fiesta de calle, pero Cuernavaca, fue definitivamente, extrema. Desde darse a la fuga para descolgarse, armar el desmadre en medio de la plaza, saludarlos y conversar, hasta el regreso acompañada de los buenos amigos y del inseparable Fluir: la calma después del gozo, donde una simplemente recuerda, sonríe y canta satisfecha...
"...la carretera poco a poco queda atras..."
1 comentario:
La neta sí estuvierón de poca madre.
Un saludo.
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