El distiguido Agustín Fest me invitó a escribir un pequeño post para una serie. Me mandó el tema y aunqeu pensé en escribir algo sexoso, al final salió un recuerdo y como de esos tengo pocos, preferí dejarlo fluir. He aquí:
Anécdota de una mesa de cocina
La abuela tenía una mesa de cocina muy inusual. Era de piedra. Sí, ya saben “de piedra ha de ser la cama, de piedra la mesa de cocina” a huevo. La abuela decía que esa piedra estaba tan buena que le iba a servir de lápida cuando se muriera.
Si la mesa me hubiera intrigado lo suficiente, habría estudiado geología para saber con qué tipo de piedra está hecha, pero conformémonos con saber que es una piedra negra, de 120 x 70 y unos 12 centímetros de espesor. Está sostenida por un armazón de maderos muy gruesos e incluso tiene un anaquel en la parte inferior donde se guardan algunos trastos.
La abuela tenía sobre la mesa una olla de frijoles güeritos que siempre estaba llena, un molcajete y una licuadora Osterizer de 10 velocidades (oxidándose, pues ella usaba más el molcajete). Abajo, además de los trastos había también bolsas y cucuruchos de papel que contenían hierbas para hacer tés, distintos tipos de chiles y otras especias.
Mi primera imagen de la mesa es de hace unos 25 años. Mi abuela afilaba en la piedra un cuchillo, lo dejó sobre la mesa, se dirigió al patio de atrás donde tenía sus plantas y los corrales y regresó con una gallina. La puso en la mesa, le habló bonito, rezó algo, la tomó del pescuezo, se lo torció y tres segundos después la cabeza de la gallina pendía de la mesa. Luego hizo lo que ya han leído en mil novelas costumbristas, el agua caliente, la desplumada, la gallina colgada escurriendo sangre sobre un plato de peltre.
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