¿Qué harías con cien balas no rastreables? Este es mi ejercicio
Amalia salía cada madrugada, con el pelo mojado y la cara lavada. El tiempo para pensar, para sentir escaseaba. Un pasado lleno de plenitud la inquietaba, cuando sus manos gráciles con el espacio y el color creaban, cuando un prometedor futuro le auguraban. Regresa a casa cansada, sin ánimo de encontrarse con la adolescente atolondrada, que cada día más le recuerda su juventud gastada. Con un breve sueño como puente, a su vida diurna se trasladaba. Otra mañana de escuela, banco, supermercado, tráfico, desesperanza. Una escala en el estanquillo la aclama, con el lápiz en los labios una combinación piensa, concentrada. Algún día un golpe de suerte la elevará en los hombros de la victoria alada. Se acabarían las quejas, los gastos, las cuentas pendientes, la vida simulada. Camina abrumada cuando una misteriosa mujer la llama. Parsimoniosamente explica una inquietante proposición que la tiene exaltada: un revolver con cien balas, una oportunidad soñada. La ansiedad de su alma resuelve en un minuto la gran encrucijada, a su trabajo se adelanta, buscando una agenda que la dueña atesoraba. Del primer disparo surge una flor roja que un pincel detalla. Con desden hojea, más de cien nombres muy conocidos encuentra. Del bolsillo saca la combinación que esa noche juega. Los números barajea, elige destinos para cada bala. La velada empieza sin la rutina ensombrecida que tanto la atormenta, la noche, la ciudad, y por fin, los pinceles la esperan. Se le ve tan viva, ilusionada, emocionada…
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