Tenía cuatro años cuando tu cuerpo decidió que liberaría al genio. No sabía nada como tampoco sé ahora. Porque ahora sólo sé que me haces falta, aunque nunca te abracé, sólo que te extraño aunque nunca estuve frente a ti. Hoy no sé que sentir, porque lo que me "enseñaste" es un cofre que no sé si pueda volver a cerrar.
Te escribí una carta que cruzó el Atlántico, que fue hacia ti, pero el azar, que al final de cuentas siempre se impone, dictó otra cosa. Pero la carta la escribí para ti y quedará siempre entre tú y yo.
A veces te veo con tu larga barba sentado a la derecha del padre. Y me da risa pensar que sabes lo que pienso y que te diviertes con las cuitas que tu biblia nos ha reservado. Te has de reír tanto.
A veces te veo frente a la máquina, tecleando con tus largos dedos, haciendo correciones con el lápiz, hablando con el gato, contigo mismo, te veo sentado en esa habitación con la luz de la manaña entrando, para ser más precisos "la luz formando paredes azules con el polvo". Y te siento como uno de mis recuerdos de la infancia.
A veces te veo caminando, con el viento de enero cortándote la cara, sonriendo a la señora que vende las flores, comprando el diario, entrando al café y riendo con las tiras cómicas y eres el desconocido con el que quisiera tropezarme.
A veces te veo como mi maestro de primaria, leyendo el poema que sólo yo siento hasta el fondo de mis huesos, y eres mi ejemplo a seguir.
A veces te veo como el hombre raro y desconcertante que causa fascinación en el estricto sentido de la palabra. Y me da miedo toparme contigo en un pasillo oscuro, pero al mismo tiempo lo busco.
A veces, tantas veces, te siento sobre mi hombro leyendome lo que has escrito con ese acento, entre francés y algo indefinido, pero en realidad soy yo, que leo invocando tu voz.
A veces quisiera que me consolaras, porque leo cosas de amor en tus textos y luego me doy cuenta de que no hay tal y me llevo terribles decepciones, y entonces serías como mi abuelo, me acurrucarías en tus brazos para decirme mientras acaricias mi pelo:
Y la vida, mi niña, es más peligrosa que las letras...
Te escribí una carta que cruzó el Atlántico, que fue hacia ti, pero el azar, que al final de cuentas siempre se impone, dictó otra cosa. Pero la carta la escribí para ti y quedará siempre entre tú y yo.
A veces te veo con tu larga barba sentado a la derecha del padre. Y me da risa pensar que sabes lo que pienso y que te diviertes con las cuitas que tu biblia nos ha reservado. Te has de reír tanto.
A veces te veo frente a la máquina, tecleando con tus largos dedos, haciendo correciones con el lápiz, hablando con el gato, contigo mismo, te veo sentado en esa habitación con la luz de la manaña entrando, para ser más precisos "la luz formando paredes azules con el polvo". Y te siento como uno de mis recuerdos de la infancia.
A veces te veo caminando, con el viento de enero cortándote la cara, sonriendo a la señora que vende las flores, comprando el diario, entrando al café y riendo con las tiras cómicas y eres el desconocido con el que quisiera tropezarme.
A veces te veo como mi maestro de primaria, leyendo el poema que sólo yo siento hasta el fondo de mis huesos, y eres mi ejemplo a seguir.
A veces te veo como el hombre raro y desconcertante que causa fascinación en el estricto sentido de la palabra. Y me da miedo toparme contigo en un pasillo oscuro, pero al mismo tiempo lo busco.
A veces, tantas veces, te siento sobre mi hombro leyendome lo que has escrito con ese acento, entre francés y algo indefinido, pero en realidad soy yo, que leo invocando tu voz.
A veces quisiera que me consolaras, porque leo cosas de amor en tus textos y luego me doy cuenta de que no hay tal y me llevo terribles decepciones, y entonces serías como mi abuelo, me acurrucarías en tus brazos para decirme mientras acaricias mi pelo:
Y la vida, mi niña, es más peligrosa que las letras...
1 comentario:
buenas salenas!
y dices que las palabras no alcanzan... :)
creo que sí, que estas sí te alcanzan para decirle lo que yo no supe cómo
creo que lo primero que yo recuerdo de él fue la 'carta a una señorita en París' (quería, tanto, vomitar un conejito)
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